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Atención al consumo eléctrico y la búsqueda de alternativas extremas

Los consumidores españoles deberán estar especialmente alerta este jueves 20 de octubre, una jornada en la que el reloj dictará la eficiencia del ahorro doméstico. Conocer las franjas horarias más económicas se ha convertido en una rutina indispensable para amortiguar el impacto en la factura a final de mes, determinando cuándo es el momento idóneo para poner la lavadora, planchar o encender el horno. Según los datos del operador Omie, la referencia media para toda la jornada en el mercado mayorista se situará en los 86,66 euros el megavatio hora, aunque, como es habitual, las diferencias oscilarán drásticamente minuto a minuto.

Las horas clave en el mercado regulado

Estas cifras del mercado mayorista tienen una traducción directa en el recibo del consumidor acogido a la tarifa regulada (PVPC). Para quienes busquen optimizar su gasto, la franja más barata se registrará en la sobremesa, concretamente entre las 15.00 y las 16.00 horas, momento en el que el kilovatio hora descenderá hasta los 0,06422 euros. Por el contrario, el pico de coste máximo se alcanzará al caer la noche, entre las 20.00 y las 21.00 horas, disparándose el precio hasta los 0,12296 euros. Este coste final ya incluye los peajes, cargos y los diversos ajustes del sistema, como los pagos por capacidad o los déficits de subastas renovables.

El desglose horario para este jueves presenta una curva muy marcada. La madrugada ofrece precios moderados que rondan los 0,06 y 0,08 euros, pero el coste se incrementa notablemente al comenzar la actividad laboral, superando los 0,11 euros entre las 08.00 y las 10.00 de la mañana. Tras el descenso del mediodía, la tarde inicia una escalada progresiva: a partir de las 18.00 horas el precio roza los 0,10 euros, culminando en el mencionado máximo nocturno antes de volver a relajarse ligeramente hacia la medianoche.

Islandia y la independencia energética

Mientras en la península ibérica se monitoriza cada céntimo del kilovatio, otras latitudes ofrecen una perspectiva radicalmente distinta sobre la gestión de recursos. Un claro ejemplo es Islandia, donde la energía geotérmica ha transformado la economía y la vida cotidiana. Al aterrizar en Reikiavik, uno se encuentra con barreras de grava de casi diez metros erigidas para proteger las centrales eléctricas de la lava del volcán Reykjanes, una imagen que ilustra la convivencia extrema con la naturaleza. A diferencia de la volatilidad de los mercados europeos tradicionales, Islandia ha logrado que más de una cuarta parte de su electricidad provenga de fuentes geotérmicas y el resto casi íntegramente de la hidroeléctrica, dejando una huella de carbono mínima.

No obstante, esta abundancia no siempre fue la norma. Hasta principios de los años setenta, la isla dependía de combustibles fósiles importados para casi tres cuartas partes de su energía. Fue la crisis del petróleo de 1973, con la triplicación de los precios, la que actuó como catalizador para el cambio. Tal y como escribió el Nobel islandés Halldór Laxness, los habitantes vivían sobre “cien mil millones de toneladas de agua hirviendo”, un recurso más valioso que cualquier mina de carbón que durante milenios se había desperdiciado en el mar. Hoy en día, esa agua calienta la práctica totalidad de los hogares e incluso mantiene las aceras de Reikiavik libres de nieve mediante sistemas subterráneos.

Ingeniería al límite: perforando el magma

La ambición islandesa por aprovechar el calor del subsuelo llevó a las tres mayores compañías energéticas del país a colaborar en el Proyecto de Perforación Profunda de Islandia (IDDP). El objetivo era superar los pozos convencionales, que suelen tener unos cientos de metros de profundidad, para alcanzar vapor supercrítico a 400 grados Celsius, un estado físico del agua más allá del gas que promete una eficiencia energética muy superior. Sin embargo, en un emplazamiento cercano a Krafla, la perforación se topó con una sorpresa mayúscula a tan solo dos kilómetros de profundidad: magma.

Lo que inicialmente se consideró un fracaso operativo y un riesgo de erupción volcánica, pronto se reveló como un hallazgo científico sin precedentes. Al analizar la situación, el equipo descubrió que habían conectado con una fuente de magma a unos 900 grados Celsius capaz de generar un flujo de vapor con una potencia diez veces superior a la de un pozo convencional. Sin buscarlo, habían creado el pozo geotérmico más potente del mundo.

Un entorno único para la generación de energía

Visitar estas instalaciones implica adentrarse en un paisaje que parece de otro planeta. El trayecto desde Akureyri hasta la estación geotérmica de Krafla discurre entre verdes y amarillos expansivos, pasando por el lago Mývatn, hogar de una especie única de trucha ártica, y prados donde pastan los caballos islandeses, famosos por su paso rítmico conocido como tölt. Es en este entorno remoto, donde la seguridad en los vuelos domésticos es tan laxa que a veces se transportan rifles de caza en el equipaje de mano, donde las turbinas Mitsubishi de la estación de Krafla giran incesantemente, alimentadas por el vapor de la tierra, ajenas a las fluctuaciones horarias que marcan el ritmo de los consumidores en el resto de Europa.